La devoción al Venerable P. Francisco del Castillo comenzó desde su fallecimiento, el 11 de abril de 1673, especialmente en la ciudad de Lima, a la cual dedicó la mayor parte de su vida y obra. Durante casi cuatro siglos, personas de toda condición social, provenientes de diferentes ciudades y pueblos del Perú, han acudido diariamente a rezar ante sus restos que se encuentran en la Iglesia de San Pedro de Lima, pues el pueblo sencillo reconoce y aprecia el testimonio ejemplar de un sacerdote entregado a Jesucristo y al servicio de los pobres, enfermos y marginados.
La antigüedad y vigencia de su fama de santidad, no solo en Lima, sino también en otras regiones y ciudades del Perú, nos dice que su testimonio de vida ejemplar permanece en el corazón de los fieles, y que es un intercesor ante Dios de la fe sencilla de la gente, que acude a rezar y tocar sus reliquias y la famosa Cruz del Baratillo, delante de la cual predicaba y enseñaba los domingos por la tarde en la plazuela del mismo nombre.
Significa también que continúa siendo un referente importante e inspirador de vida cristiana para un pueblo que necesita profunda y auténtica renovación de su fe y de su espiritualidad. Ya en vida fue considerado como hombre santo por medio del cual Dios se hacía presente en la vida de las diversas personas que acudían a él o a quienes él se aproximaba para invitarlos a una conversión profunda, a un cambio de vida conforme al Evangelio de Jesucristo y a servir a los más pobres.